El blog de Pucca está en obras. Vuelvo pronto, ya casi queda

25 abril 2007

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Llegó la sentencia


Fue una historia llena de esperanza, de sed de justicia, acompañada siempre de dolor e impotencia. En septiembre del 2004 supe que algo no andaba bien. Después pasar por año y medio de rehabilitación, no lograba estar bien. Me veía reflejada en algún espejo y aún no me reconocía. “Pilitronic”, eso era.

Un día, el dolor fue insoportable, primero por primera vez en mi vida, pedí permiso en el trabajo para irme a mi casa. Llegando a ella pedí ir a un hospital. Llegando ahí ya no tenía ganas de pedir nada, nunca había sentido esa sensación de no soportarme a mi misma. Ahí empezó la verdadera aventura. El doctor, el que me había operado año y medio antes, tardó más de tres horas en llegar al hospital, pero por teléfono le insistía a mi esposo que no me ingresara por urgencias, que nos sentáramos en una sala de espera.

Tal vez después de dos horas y media, o las tres horas, la verdad no me acuerdo, ignorando al médico, nos presentamos en urgencias. De inmediato me ingresaron. Fueron tres días de morfina. Tres días de terapia física. Cada mañana y tarde, iban con los aparatos hasta mi cuarto para darme la terapia. Fueron tres días de tener en mi mano una pulserita roja, la cual indicaba que no debía moverme sin ayuda de una enfermera. Andaba en el avión gacho (neta no sé porque la gente se hace adicta a la morfina) todo el día.

Un día, tal vez el segundo, fue a dar la ronda un médico residente. Era joven, tal vez de mi edad. Había pasado el día anterior y también me había encontrado sola. Además de las preguntas de rutina, de quedó a platicar conmigo. Le pedí que viera mis estudios y me diera su opinión ¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué si el doctor que me atiende dice que estoy muy bien y yo siento, literalmente, mi espalda rota? No me gustó su cara. Me prometió comentar con un maestro mi caso. Al día siguiente me recomendó ver a otro neurocirujano, así, nada más. Ese día, en la noche, paso el doc….. ALTO me niego a seguirle llamando así… no quiero revelar el verdadero apodo antes del final, así que al señor que me operó la primera vez la columna y me atendió por dos años, me referiré a el como al “cuervo”, solo porque se parece a ese actor.

OK, entonces llega el cuervo a mi cuarto. Arturo estaba visitandome y se despide, le tomo la mano y le pido que por favor se quede. El cuervo dice que al día siguiente me daría de alta. ¿Diagnóstico? “Osteoporosis”. ¡Simón! Tipo alguien de 60 años, eso, a mis 30´s. Me dio la orden para el estudio que confirmaría el diagnóstico. Ahí, lloré de duda. ¿Cómo había pasado eso? Arturo tenía una gran cara de duda y entre que me daba klínex, hacía preguntas. Yo, que confío en él, me sentía en el fondo aliviada de que a él tampoco le cuadrara el asunto. Luego llegó JL y coincidió, algo olía raro. Al día siguiente, en el mismo hospital, JL con mis estudios en mano fue a consulta con un neurocirujano. "No se ve osteoporosis y necesita una cirugía su esposa".

Unos días después me instalé en León. Me mandaron a rehabilitación física. Mi madre y mi tío Paco, ambos médicos, dijeron “no, algo no está bien”. Cada día que pasaba yo caminaba con mayor dificultad y el dolor seguía ahí, a pesar de la morfina. Mi tío le habló a un amigo suyo, neurocirujano, y mi mamá me llevó a verlo. Sin dudarlo ni medio minuto, me dijo que requería una nueva cirugía. ¡otra! Le prometí pensarlo, a lo que el respondió que no me tomara mucho tiempo, porque estaba corriendo peligro a cada paso que daba. Mi cuello esta inestable. ¡Ah si! Para ese entonces ya teníamos los resultados de los estudios, no tenía nada de osteoporosis, ni de 60, ni de 50, ni de 40 años.

Al siguiente día, mi tío fue a mi casa. Estaba muy molesto, su amigo, le había hablado para darle su opinión. Lo que le dijo nunca se le dice a un paciente, pero aun amigo querido si. De inmediato, empezamos a solicitar citas con los neurocirujanos que tienen mayor reputación o buen puesto en los hospitales de México. Visitamos 7 u 8. Todos dijeron lo mismo. Necesitaba pronto una cirugía para estabilizar mi cuello, se había colapsado, se había roto, caído hacia delante y con eso, la vértebra de en medio se había fracturado. La cirugía no había seguido procedimientos conocidos en la neurocirugía.

El cuervo, me había quitado dos discos y no había puesto “calcita” alguna. Además me hizo una incisión detrás de mi cuello, para sujetar, con un material especial, 7 vértebras cervicales. El explicaba que era como amarrar una agujeta, esto era para sujetar la columna y así no tener que poner nada entre las vértebras donde había quitado los discos. Falló. La columna se cayó.

Las voces de indignación se empezaron a levantar. Aún así, quise darle la última oportunidad al cuervo. Como si fuera a consulta (de hecho necesitaba ir porque mi primera incapacidad por 15 días se terminaba ese día) le dije la verdad. Y le pedí su versión. “todos estos médicos me explicaron con dibujos lo que hay en mi cuello, y lo que necesitan hacer para evitar que en cualquier momento pueda quedar cuadrapléjica, por favor explíqueme usted”. Le dije esto mientras le ponía sobre su escritorio estudios y documentos firmados por cada doctor, donde daban su diagnóstico. Ni los leyó.

Se echó hacia atrás en su enorme asiento y dijo “Dame un mes, un mes en donde te ponga a hacer ejercicios con pesas y te vas a recuperar”. No, no le doy un mes. Tengo fresca toda la información que me han dado, tengo fresco su reciente diagnóstico errado. “Lo siento doctor, pero esto no se trata de darle a usted nada, esto se trata de mi salud”.

En dos días, fue tomar la decisión de quien sería el doctor que intentara salvar mi columna. Hice mi mapa mental para tomar la decisión. “Manos Mágicas Madrazo” fue el elegido. Entre otras cosas porque me dijo que no me iba a decir qué técnica o material iba a usar, eso lo decidiría en el quirófano, al ver el daño. Los demás me habían descrito paso por paso lo que harían. Cinco días después entré a quirófano. Las primeras horas son implaticables, me entenderán todos aquellos que hayan sufrido los efectos posteriores de la anestesia. Pero, había un buen síntoma, me quería levantar al baño.

Al día siguiente, me bañé yo sola, algo que, en la otra cirugía, pude hacer hasta después de los 60 días. No sabía que me habían hecho pero sentía mi cuello liberado. Esperé dos meses para ver que tanto había quedado restringido el movimiento de mi cuello, y para sorpresa mía, y de todos, tenía mucho más movimiento que después de la primera. Era impresionante, era como si me devolvieran la vida. No solo ya no parecía robotina sino que no había dolor, y todo había salido excelente. Finalmente, me quitaron la vértebra fracturada, me pusieron un injerto con donación de hueso, me quitaron un disco, y me sujetaron cuatro vértebras con una placa de titanio y 7 tornillos.

Hasta ahí, todos los consejos de demandar al primer doctor, los había escuchado pero no tomado. Primero, porque quería estar bien primero, lo importante ahí era yo, salvar mi cuello, mi cuerpo, planear el resto de mi vida. Mientras repasaba con la mente el departamento de México, para ver si podía vivir ahí, si tenía que usar por siempre una silla de ruedas, era difícil pensar, al mismo tiempo, en una demanda. También, dudaba hacerlo porque mi parte emocional insistía que es de humanos errar. La decisión fue definitiva cuando recordaba el dato de que yo no era la primera víctima de ese señor. Yo podía perdonar lo que me había hecho, pero ¿podía perdonarme, algún día, si permitía que alguien no tuviera ayuda como a mi me ayudó Madrazo? Así que, diez meses después, dada de alta y sintiéndome como nueva, renacida, lo hice.

Diciembre 2005 presento la queja ante la CONAMED (Comisión Nacional de Arbitraje Médico). En la primera parte, de conciliación, me tengo que sentar frente a frente con el, ahora apodado, “cuervo tuerce gente” (autoría intelectual de mi amiga Dena). Una noche antes de esa reunión, tenía mucho miedo, estaba temblando. El no llegó. En la siguiente reunión, su abogado me ofreció que fuera gratis a consulta con el doctor y así cerrábamos el asunto. Nomás porque no era chistoso, no me reí. En las siguientes reuniones mi mamá, JL y yo éramos un equipazo. Cuando uno se alteraba, otro lo calmaba y el otro distraía a los demás. Manejábamos términos médicos y legales, porque habíamos estudiado todo, mientras que la otra parte solo alegaba que el no se había equivocado.

A mediados del 2006, seguimos a la siguiente etapa el Arbitraje. Como pruebas, presentamos los dictámenes por escrito de más de cinco médicos, resonancias magnéticas, tomografías, rayos x, de antes y después de la primera cirugía, y luego de yo arreglada. También solicitamos que se presentara un video de la cirugía que siempre habló de tener el cuervo tuerce gente. Además, presentamos más de 30 material médico respecto a los procedimientos a seguir en el caso de mi diagnóstico inicial, que por cierto era nada, una baba. Entregamos fotocopia de recetas, facturas de la consulta, de hospitalización, cirugías y de todos los gastos que desde entonces habíamos hecho por mi estado. ¡Ah! Y una proyección económica de todos los gastos que de ese momento al resto de mi vida, gracias a su graciosada. El, presentó su currículo y el video.

Hoy 25 de abril del 2007 llega la sentencia a León. El, es culpable de no seguir los protocolos médicos adecuados y le piden me pague el monto de la cirugía que hizo “Manos Mágicas Madrazo”. Debo pensar varios minutos para definir si esta sentencia es buena o mala. Y muchos más minutos para descubrir exactamente, cuáles son los sentimientos que me provoca. Ahora que lo tengo claro, lo digo, esta sentencia significa:


1.- Que un grupo de neurocirujanos estudiaron las pruebas y, al igual que los doctores que visité aquel octubre, dice que ese señor no practicó la cirugía que debió hacer.

2.- Que, aunque lo declaran culpable, tuvieron evidencia de que mi estado actual es mucho mejor que los pronósticos de ese octubre. Mecánicamente mi columna está salvada. O sea, que ya estoy bien. A lo cual digo muy agradecida que sí, si estoy bien, pero no como estaba antes de el. Y, aunque no soy cuadraplégica, mi cuerpo, mi vida tiene restricciones que ante no tenía.

3.- Que la sentencia de la CONAMED, según entiendo, es más una recomendación hacia al médico. No lo puede obligar a cumplir.


O sea, todavía falta. Mi queja fue en dos sentidos, por mala praxia médica (que es un pendejo profesionalmente hablando) y por daño moral a mi vida. Y digo moral porque es el término legal, pero el daño es en muchos sentidos, de por vida necesito tomar al menos un medicamento por una raíz nerviosa que salió dañada; profesional, porque desde aquel octubre solo volví a trabajar 4 meses y luego, incapacidad y recomendación médica de cambio de estilo de vida; económica porque compro almohadas especiales, otros medicamentos que aún tomo, compresas, terapias, pagar una alberca para ir a nadar. En fin!!! si ya no puedo trabajar porque tuve el accidente de topar con el, pues que el pague por todo eso no?

En fin, de lo primero dicen que si, de lo segundo que no. Falta revisar los términos de la sentencia. Hasta ahora tenía “prohibido” acudir a una instancia legal o a un medio de comunicación, porque estaba en el proceso con la CONAMED, ahora que terminó habrá que ver que sigue o si le paramos.

A todo esto, hay algo muy importante hoy, recobro la confianza en una institución pública. Estudié tanto el caso, que no solo por ser la afectada, sino porque me volví una experta, estaba segura de que la cirugía se hizo mal. Hoy tengo un documento en donde unos peritos avalan eso. Me da gusto por mí, pero también por tanta gente que pone sus esperanzas en que alguien imparcial vea por sus intereses. Y qué mejor interés que el de la salud.

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